Verano en Menorca

Tuesday, October 13, 2009

He de escribir

Sé que puedo hacer joyas. Como Sai Baba se saca las piedras de la boca, sé que puedo sacar diamantes de la boca, pero siempre me puede el sopor en el que toda la vida he vivido. He vivido siempre en la más completa pereza, desganado ante el pensamiento de cualquier esfuerzo. Muchas horas han pasado en las que me planteaba el esforzarme por algo, ponerme a estudiar, preocuparme seriamente por algo, darle impulso a la actividad vital, pero el pensamiento no genera la acción. El pensamiento neceita de la acción para servir de algo, como el domador necesita al caballo o el conductor de pericia que su coche funcione y avance. Yo me he pasado la vida sin gasolina. Mi única gasolina ha sido el amor. He sido bastante rebelde, pero no tengo una disposición rebelde, sino una disposición amante. He sido rebelde cuando sabía que sí quería algo.

 

Y ahora en realidad no sé qué amar, porque me parece como si ya lo hubiese amado todo bastante.

No hay verdad sin amor.

Winds of change

 

Terminó el verano, llegaron los vientos del otoño.

 

 

Las palmeras se inclinan y sus ramas ondean como en las imágenes de los huracanes tropicales. En esta forma, las palmeras se parecen mucho a los plumeros.

 

El viento se ha llevado el verano, la temporada y a los turistas. Se ha llevado el otoño el dinero y ha dejado una isla pelada y fría, con ruidos de cosas que mueve el viento.

 

Nos nació un hijo, una pequeña persona que aún no sabe que es persona, que cuando desea, llora, y que cree sin duda que por el mero desear, le son dadas la leche, la canción y el cariño. El deseo va unido al llanto. El llanto consigue las cosas. Nosotros ahora somos como sus dioses, pero los dioses interiores a los que él recurre.

 

Ciudadela, que está vacía, se me apareció como un decorado, como un parque temático que está a punto de cerrar por vacaciones hasta dentro de seis meses. Al fin y al cabo Ciutadella y nosotros, trabajando sólo en verano, hacemos lo mismo. Nosotros nos íbamos a India, y Ciudadela se queda en Menorca, entre viento y marea. Ahora, nos quedamos con ella.

Los jóvenes menorquines toman ahora las calles. Demuestran su inmortalidad con los escapes libres de las motos, que también prueban que el lugar en realidad está habitado.

 

Hace 400 años en el mes de julio una armada turca dirigida por Barbarroja destruyó la ciudad, mataron a sus habitantes varones y se llevaron cautivas a las mujeres. Sólo sobrevivieron aquellos que habían huido, es decir los listos y los cobardes. Los ciudadelanos actuales descienen de ellos.

 

Me hago preguntas y ensueños acerca del futuro con nuestro hijo, y sobre todo acerca de su futuro, de su edad adulta. Espero que sobrevivamos hasta que llegue a valerse por sí mismo. Los negocios me aburren y no tengo ninguna gana de trabajar. Me gustaría escribir un gran libro para que él pudiera estar orgulloso de su padre. Me gustaría describir con ingenio el tiempo presente, con un ingenio tal que todos me alabasen. La ambición de la que con mucho esfuerzo me había librado me vuelve por satisfacer el orgullo de él. Haberme librado de la ambición y los complejos me había llevado a una gran serenidad, a la mejor época de mi vida con diferencia, y ahora resulta que tengo que volver a ello. En realidad he olvidado casi todo lo sucedido en los últimos veinte años, pues hago el gran esfuerzo por pensar en la más temprana infancia, y por ejemplo no recuerdo nada de Chile ni de Japón ni apenas de India. Me veo en una cuna, o en una jaula, en la penumbra, escuchando llorar a mi hermana, recuerdo el Madrid de los años 70, luminoso y verde, recuerdo una sensación general de frescor, como si siempre acabara de salir de la ducha. Todo vivido apasionadamente.

Todo para llegar a ahora, en Ciutadella, en otoño, 36 años. Él tiene un mes y 10 días.